17
May
08

Sin límite alguno

Desde una altura de 35000 pies
caí
en picado
contra un océano semisólido
que contenía todos los colores
que el cerebro medio es capaz
de diferenciar.
Esa fue la primera dimensión.
El impacto no fue el esperado
porque sentí, a la par,
como si un suave líquido me engullera
y como si un sólido frío me desintegrara
en millones de porciones racionales.
Esa fue la segunda dimensión.
Como millones de entidades
y una al mismo tiempo,
sentí desplazarme en todos los
sentidos espaciales y también en los temporales.
A cada momento, arriba, abajo,
izquierda, derecha,
tenían o dejaban de tener significado.
Esa fue la tercera dimensión.
Me di cuenta en algún momento,
o en todos,
de que no estaba sólo
sino que no había nadie
pero estaban allí otras entidades.
Y cada una de ellas obraba con su propio
sistema de sentimientos y reacciones.
Esa fue la cuarta dimensión.
La mente no se convirtió en un escenario
sino que estalló como un universo de naturaleza
inefable
pero conocido de forma primigenia.
Y la mente no era una, no era mía,
éramos todos en ella.
Esta fue la quinta dimensión.
Y cuando ya creí haber oteado todas las direcciones
de mi contexto,
me di la vuelta
y me volví a encontrar con un vacío
plástico
que volvía a desaparecer de la conciencia
a cada nuevo giro,
conservándose en niveles distintos de mi conocimiento.
Me pareció comprender
que esta era una experiencia que nunca jamás tendría fin.

 


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